Calladitos, SI se ven más bonitos
Por: Fabrina Acosta Contreras
Esta columna que escribo en víspera del 8 de marzo y en el marco de las conmemoraciones que se realizan a lo largo y ancho del mundo por el gran significado histórico de dicha fecha, tiene un motivo especial y corresponde a continuar realizando pedagogía con perspectiva de género, dado que los imaginarios sociales que sutil o abruptamente arraigan la violencia contra las mujeres no pueden seguir en la comodidad de la naturalización.
Mientras pensaba en hacer una columna sobre el 8 de marzo, me encontré con una escrita por el profesor Abel Medina titulada «En defensa del piropo» , el es un referente guajiro en temas culturales y un personaje reconocido por sus reflexiones en diferentes medios, debo comenzar diciendo que esta vez me acerco a sus letras desde el disenso y una visión académica y argumentativa; representa esto escribir desde la orilla de ser mujer y ser investigadora de temas de género y derechos de las mujeres.
Asimismo, es preciso mencionar el caso de racismo (sobre el estilo de su cabello) suscitado en Riohacha contra Alicia Ordoñez Toro, el cual, ha generado toda una movilización alrededor del tema de voces que rechazan este acto violento, que el victimario denomina “chiste” como si la sociedad y la víctima estuvieran exagerando frente a su “inocente acto”, pero que en realidad revela el problema que genera la naturalización de las violencias y que es hora de que no abracemos la violencia con el condicionamiento de los inertes.
Tomo como punto de partida, decirle al profe Abel que no agradezco su defensa vestida de caballerosidad heteronormativa del piropo, como un arraigo cultural y un favor que hacen los hombres a la autoestima de las mujeres, algo así como “Siempre hemos sido así y con la cultura no se pelea”, en ese sentido, profesor Abel le tendría que afirmar que en realidad “Calladito se ven más bonitos”
Refiere:
“Con abismal asombro, me enteré hace poco de una campaña agenciada desde oficinas estatales en Costa Rica y con acentuada divulgación mediática. El lema de la campaña es “El mejor piropo es el que no se dice”. una evidente mordaza a la expresión que, como el piropo, está arraigada en la cultura del hombre latino”
Profesor Abel no debe irse tan lejos, esas campañas son lideradas también en el caribe donde usted vive, porque no es una moda sino un tema de derechos que no se debe arrullar en estereotipos culturales que arraigan el dominio de unos sobre otros. Muchos de los violadores comenzaron por un piropo y al considerar que la mujer estaba siendo feliz ante tal situación, avanzaron en su cacería machista y abusiva.
“Este es apenas una de las campañas que, a gritos, piden algunas bien intencionadas organizaciones feministas”. So riesgo que se me acuse de machista, me pongo del lado de quienes defienden el tan estigmatizado piropo… El piropo es un patrimonio en riesgo con urgencia de salvaguarda de las leyes”
El problema no es si usted es considerado machista, de hecho yo no siento miedo de llamarme feminista aunque tergiversen el concepto, el asunto acá es que considera pertinente dar cátedra de la diferencia entre un piropo (educado) y aquel que violenta, como generando un mandato absolutamente patriarcal en el que las mujeres y los movimientos feministas estuvieran equivocados y exagerando ante el asunto, en lugar de agradecer la jerarquía de patrimonio que usted le otorga al piropo; acá no se trata de limitar libertades sino de respetar el cuerpo y la intimidad de los demás; su argumento se lee agresivo aunque intente ponerle poética, no se recibe así; lo que hay que salvaguardar es la posibilidad de que las mujeres transitemos por las calles sin temores y sensaciones de invasiones, pues tenemos derecho a ello.
El real piropo es aquel que media entre un hombre y una mujer desconocida (admiro a quienes lo hacen, yo nunca he podido piropear). Como es reactivo, no se puede contener con una campaña publicitaria ni manifestaciones de organizaciones feministas, está incorporado a los instintos más primarios del hombre. De allí que el piropo ha sido un “cumplido”, es decir, una obligación del hombre para halagar a una mujer por sus atributos. Por otra parte, conozco muchas mujeres, que llegan a casa henchidas de orgullo y vanidad cuando han recibido muchos piropos en la calle; también las que se frustran cuando esto no sucede. Podrán decir que son mujeres “acomplejadas” o “cómplices” de los machistas, pero mujeres al fin, con voz y opinión.
El piropo no tiene límites, nadie asegura que sea un cortejo amoroso y se distancie de un acoso callejero en determinadas circunstancias, eso no se puede controlar, por ello quien lo ejerce en su fantasía de propiedad del cuerpo de la persona a quien le dice el piropo, no le interesará si le es cómodo o no, porque los mandatos sexistas como los que usted está exponiendo le dan total potestad para hacerlo ¿Puede usted controlar a un hombre que piropea de que no proceda a otras prácticas? Eso no se puede, pero las campañas publicitarias y feministas contra el impacto de esta práctica y las vulneraciones que generan si pueden generar pedagogía y nuevas consciencias, es atrevido afirmar de manera categórica que no se puede contener el piropo porque hace parte de los instintos primarios del hombre, es hora de que los hombres trasciendan a esa excusa de sus instintos de macho cabrío. Por algo usted, aclara que nunca ha piropeado a ninguna mujer.
Los cambios de paradigmas cuestan y por ello, llamar cumplido al piropo es un llevarlo a la categoría de regalo y favor que se le hace a las mujeres, pues sin un piropo las mujeres no tienen autoestima, amor propio o son felices, ellas según su argumento se visten, maquillan o se cuidan para que un hombre les reconozca tal dedicación estética, como si el único indicador de simpatía fuera el que un hombre le otorgara; claro comprendo su afirmación lejos de aceptarla, porque he visto hombres gordos y descuidados en su apariencia burlándose con sonora carcajada de un “bagre” que ellos determinan como fea, porque el machismo ha establecido que el cuerpo de las mujeres es propiedad de los hombres y que tienen desde antes de nacer, licencia para denigrar de las mujeres sino cumplen con su indicador de belleza.
Usted dice que hay mujeres que se frustran cuando no reciben piropos, yo he visto en cambio he conocido a mujeres que cambian las rutas para evitar el malestar de los acosos callejeros y que además experimentan inseguridad de salir solas, así que por favor no hable en nombre de todas las mujeres diciendo que las feministas queremos hacerlas despertar satanizando el piropo, en realidad no es tan trivial como usted lo plantea, esto tiene mucho de profundidad e impacto en la vida de las mujeres.
Hombre, piropos, cuerpos femeninos
El cuerpo de la mujer está sujeto a vulneraciones y acciones que lo violentan, que van desde los acosos callejeros hasta las nalgueadas y las masturbaciones que ejercen sobre sus cuerpos en los sitios públicos, e incluso el dominio ejercido por sus parejas en las relaciones sexuales, a las cuales son sometidas por «pertenecerle», aun sin el deseo o consentimiento de ella como mujer.
Todo esto implica una percepción del cuerpo de las mujeres como generador erótico vulnerable a violencias, como ejemplo de ello se escucha en imaginarios sociales frases como «la violaron por mostrona» o «es una provocadora», entre muchas otras, las cuales argumentan que se ejerza violencia sobre los cuerpos de las mujeres, cosificándolas y negándoles su condición humana. Quien viola no viola por ser provocado, viola porque es violador, y no hay que esperar que la víctima sea una hija, sobrina o amiga para ser sensibles a este fenómeno, es un asunto de consciencia social y entender que las violencias basadas en género son una pandemia que puede afectar a cualquier persona.
El fenómeno del acoso callejero, se naturaliza como cortejo pero corresponde a una violencia sexual que vulnera la tranquilidad y la percepción de seguridad de las mujeres. De esta manera, el acoso callejero es una práctica masculina arraigada que informa sobre la percepción que tienen sobre los cuerpos femeninos y su derecho a erotizarlos desde imaginarios sociales que exigen virilidad y dominio del «macho» sobre las mujeres («hembras»).
Achugar (2001) explica que el hombre latinoamericano considera que es propio de su cultura lanzar piropos a las mujeres en los espacios públicos y que, como toda comunicación, debe ser aceptado por las mujeres. Agrega también que este tipo de comportamientos ha acrecentado el poder del machismo en las esferas privadas y públicas, y manifiesta igualmente que el machismo y los piropos callejeros son una forma, una necesidad masculina de reforzar quién tiene el poder.
Se considera que el dominio del «macho» sobre el cuerpo de la «hembra» es una práctica de alcance mundial que no solo involucra a Latinoamérica, pues el machismo no conoce fronteras culturales y las atraviesa estableciendo roles a los hombres sobre los cuerpos de las mujeres, como el hecho de demostrar virilidad y en la mujer como cuerpo sexuado vulnerable a las violencias sexuales disfrazadas de seducción, cortejo o conquista.
Conclusión con sentido reivindicador
Al final de cuentas para seguir ejerciendo practicas machistas naturalizadas, calladitos sí que se ven más bonitos. El piropo y el racismo no son un chiste, ni menos un patrimonio cultural que merezca salvaguarda, son violencia y aunque pretendamos “suavizarla” no cambiará sus efectos, si bien el profesor Abel habló de su criterio como hombre, no puede determinar nada sobre los cuerpos femeninos y si bien algunas mujeres le han expresado que les gusta ser piropeadas, el punto de reflexión es que el piropo no es demostración de educación y no asegura tener límites de respeto hacia un cuerpo que no le pertenece y que no le está pidiendo aprobación y el favor de alimentarles la autoestima, en lugar de invertir energía en la salvaguarda del piropo se deberían integrar esfuerzos para eliminar todas las formas de microviolencias y violencias que dejan a niñas violadas, mujeres condenadas y asesinadas y sociedades involucionadas.