“Si una mujer entra a la política, cambia la mujer.
Si muchas mujeres entran a la política, cambia la política”.
Michelle Bachelet
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El título de estas letras conlleva a diversas categorías de análisis, pero se ha escogido iniciar con la pregunta que podría dar un abordaje integral y profundo del tema en mención: ¿Hasta cuándo el patriarcado impedirá la inclusión digna de las mujeres en espacios de poder?
Algunas personas dirán, pero ¿qué más quieren, si ya tienen invadido el mundo? Pues la paridad no existe, se vive aún en territorios desiguales donde mujeres cualificadas reciben una menor remuneración que los hombres en diferentes cargos y especialmente en los gerenciales. En otros, el único liderazgo de la mujer está limitado al contexto familiar y corresponde al arraigo de roles de género que establecen que la mujer tiene que responder por las tareas domésticas y la administración del hogar. Podrían presentarme múltiples ejemplos, los cuales se ampararían fácilmente en la historia de los pueblos, especialmente en los de la región caribe.
En este sentido, la opresión de la mujer tiene en común un pasado, una tradición, a veces una religión o una cultura. La historia informa que las mujeres no se situaban auténticamente como Sujetas sino como un objeto contenido en un universo masculino. Los dos sexos no han compartido el mundo en igualdad; todavía hoy, aunque la situación ha evolucionado, la mujer puede tropezar con marcadas desventajas.
Hombres y mujeres constituyen dos realidades distintas; los primeros han disfrutado situaciones más ventajosas a lo largo de la historia: salarios más elevados, más oportunidades en la industria y en la política. En el momento en que las mujeres empezaron a participar en la elaboración del mundo, ese mundo era todavía un mundo que pertenecía a los hombres, porque muchos aspectos se estructuraron desde perspectivas masculinizadas a pesar de la ‘participación’ de las mujeres.
En este sentido, la reflexión respecto a la mujer en la política implica un abordaje multifactorial y/o policausal, no puede enmarcarse en una sola visión, pero si es preciso plantear un criterio que se considera imperante en las realidades socioculturales de los territorios. No es un secreto que el mundo social, cultural o jurídico está influenciado por la cultura patriarcal.
En la actualidad, a pesar de muchos avances científicos y de derechos humanos, la humanidad sigue enmarcada en modelos de desigualdad social y de género; por ello las mujeres, aunque han logrado espacios en escenarios políticos, académicos, culturales o sociales, tienen mucho camino por recorrer en la real reivindicación de sus derechos y en el logro conjunto de la equidad y la igualdad; y eso se puede argumentar desde la conocida ley de cuotas en el tema electoral, en la cual no se observa una real ‘paridad’, pues aun en muchos casos las mujeres pueden ser ‘rellenos’, esto es, no se da una real inclusión y empoderamiento.
Es importante mencionar que Colombia es uno de los países con mejor marco jurídico de protección a las mujeres, pero también uno de los que presenta los más altos índice de vulneración de sus derechos.
No en vano, Poulain de la Barre[1] dijo en el siglo XVII: «Todo cuanto sobre las mujeres han escrito los hombres debe tenerse por sospechoso, puesto que son juez y parte a la vez». El hombre ha vivido la satisfacción que le produce sentirse rey de la Creación. «Bendito sea Dios nuestro Señor y Señor de todos los mundos, por no haberme hecho mujer», dicen los judíos en sus oraciones matinales; mientras, sus esposas murmuran con resignación: «Bendito sea el Señor, que me ha creado según su voluntad.» «Siendo hombres quienes han hecho y compilado las leyes, han favorecido a su sexo, y los Juris consultos han convertido las leyes en principios», afirma Poulain de la Barre.
¿Qué hace falta para una real participación de las mujeres en política?
No existe una respuesta exacta para tal pregunta, pero se puede referir que no es que las mujeres no participen; aparte del machismo, muchas de las mujeres no están preparadas para ver a otras ascender, porque se niegan a vivir en sororidad (hermandad entre mujeres) y, además, porque les cuesta salir de la ‘paradójica’ zona de confort que establece el patriarcado; pareciera mejor seguir adhiriéndose a los modelos que atreverse a luchar por la transformación. En ello hay que tener especial cuidado, pues la cultura de igualdad es un llamado para hombres y mujeres; es peligroso que las mujeres lleguen al poder político replicando los arquetipos machistas que tanto daño han hecho a la humanidad.
De este modo, es importante mencionar que se han conocido casos de valientes mujeres que en diferentes regiones del país han propuesto su nombre a alguna candidatura (municipal o departamental). Aunque ellas no se conocen, hay algo que las relaciona; corresponde a la persecución que tal decisión genera; por ejemplo: le sacan a flote situaciones de índole personal, con el propósito de afectar su imagen.
Cuando las mujeres deciden hacer política, en algunos casos les corresponde asumir la madurez para soportar actos de violencia psicológica y/o persecución (condenación social); lo extraño es que no se les da la misma fuerza a las noticias sobre sus capacidades, aunque demuestre con creces que la tiene.
“Respecto de las mujeres, cuando buscan trabajo, además de calificación, se les pide presencia y no basta con que sean amables y generosas, sino que deben además ser graciosas, simpáticas y coquetas, pero no mucho. Se les exige estar presentables y, cuando juzgan que se ha pasado un milímetro, se les critica por presuntuosas. Se les elogia por ser madres y se les excluye por tener hijos.
De la mujer se sospecha cuando es joven porque desestabiliza a la manada y se le rechaza cuando los años pasan porque ha perdido competitividad. Es excomulgada por fea y también cuando es bella. En el primer caso se dice que es repulsiva, en el segundo provocadora. Cuando no es lo uno ni lo otro la tildan de mediocre», Camila Vallejo.